jueves, 9 de junio de 2011

Billy the Kid vs. Dracula (William Beaudine, 1967)


Un imponente y elegante europeo con barbita de chivo (John Carradine) acaba de llegar a la aldea de Rocksberg. La caravana en la que viajaba ha sido asaltada por los indios, pero el misterioso y desgarbado forastero consigue escapar en mitad de la refriega transformándose en murciélago y agitando sus alas de cartón piedra, portando, de paso, la documentación robada a uno de sus compañeros de viaje: un terrateniente tío de la hermosa Betty, a la sazón novia de un adulto y reformado Billy el Niño. No lleva ni media jornada en la pensión local, cuando aparece el primer cadáver, una guapa jovencita también de origen eslavo. No es de extrañar que sus padres desconfíen del recién llegado, y extiendan por el pueblo supersticiones relacionadas con chupasangres, espejos, estacas y ajos. Billy no tiene más remedio que trabajar a las órdenes del sospechoso de vampirismo, de quien desconfía, como practicamente todo el mundo menos Betty, encantada de la vida de conocer por fin a su tío. Hasta que la pobre joven no amanece con cuatro agujeros en el cuello parece que ni se plantea que todo lo que sucede alrededor de este tío tan raro pueda estar relacionado con él. Una historia estupenda, de apenas hora y cuarto, llena de misterio, puñetazos, tiros, persecuciones a caballo, indios, vaqueros y efectos especiales salchicheros. Me esperaba una cosa infumable, y sin embargo tiene un ritmo endiablado, es muy entretenida y recomendable para un sábado por la mañana.

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