jueves, 2 de febrero de 2012

The Travelling Wilburys - The ultimate best of (2011)


No estoy seguro de que este recopilatorio (refinitivo) sea un disco oficial; creo que no. Pero lo encontré en algún sitio, y me lo he estado pinchando en vena mucho estos días. Siempre, a cualquier hora y en cualquier lugar, es un placer, una revelación, escuchar la liturgia de Petty y Dylan, en cualquier formato.
A los TW le gustaba mucho mi hermano mayor (digo, al revés), el que ahora de vez en cuando me pone al día de las novedades del indie-rock más revientaitunes; pero cuando éramos chavales, mi hermano escuchaba practicamente en exclusiva a Dire Straits y Pink Floyd, y yo me burlaba de él uniformado con mis camisetas raídas de Sonic Youth, Haven Automation, Dwarves o Ned's Atomic Dustbin. Y llegué a cogerle una tirria espantosa a todo esto del highway AOR. Mi hermano se fue sumergiendo poco a poco en terrenos angostos y cada vez más tumefactos: Jeff Beck, Supertramp, ZZ-Top, ¡Chicago!, cosas que uno aprecia cuando a los cuarenta años tiene una banda de revival y se lo ponen en su garito favorito, en un momento determinante de una partida de snooker en la que está desplumando a cuatro Hell's Angels. Pero el resto del tiempo, en el tránsito de la adolescencia a la madurez, creo yo, creía, que no te pueden gustar cosas como esas que me llegaban a todas horas desde su habitación cerrada, ELO, Camel, Toto, ¿pero qué demonios le pasaría por la cabeza? Hoy en día mi hermano es un arquitecto de éxito y vive en familia en un formidable apartamento ajardinado en un PAU desde hace unos cuantos años, faltaría más; y yo, un año y medio más joven que él, todavía no sé qué voy a ser de mayor y esta mañana he llegado a fin de hace dos meses (gracias a que me pasé la última semana consumiendo a morro exclusivamente un brick de caldo de verdura del economato). No sé si tendrá esto algo que ver o no con la formación de uno, o si es que las estructuras mentales ya están adaptadas para escuchar y disfrutar de una mierda o de otra. De lo que sí puedo dar fe, es de que allá por los 13-14 años de ambos, sí coincidíamos en un par de referencias: el "Greatest hits" de Tom Petty y el primer disco de Los Travelling Wilburys.
A mí me daban un poco de risa, en realidad, ver a estas señoras mayores dando palmas a coro en el videoclip. Era como ver a los Vengadores de George Perez jugando al Cluedo en el salón: una sensación extraña, incómoda, desasosegante. Pero al mismo tiempo, la música que hacían me gustaba, y me sigue gustando mucho. Jeff Lynne, Roy Orbison, Bob Dylan, Tom Petty y George Harrison juntándose en secreto para componer y cantar villancicos en secreto. Aquello tuvo que ser apoteósico, alguna supernova debió aparecer sobre el firmamento en ese momento; que una cosa es que te burles de las barbucias y las coreografías de ZZ-Top de joven, del cartón y la porra que luce el pobre Mark Knopfler, de las poses de Elvis, cuando lo que te gusta es el punk californiano. Pero otra cosa muy distintas es no reconocer que eso que está sonando tiene una calidad insoslayable. Algo que caracteriza a los TW, además, es que todas sus canciones son alegres, son himnos de autopista (Handle with care, End of the line), de un emeochentismo que tira de espaldas, pero que da gusto de escuchar de vez en cuando. He pensado muchas veces que sin Petty probablemente nunca me hubiese fijado en los Wilburys, más allá de como una parodia, un USA for Africa de sobremesa para entretenerse en el asilo; pero es que lo mío con Tom Petty roza la homosexualidad. Y Bob Dylan es mi Pastor.
En fin, que en esas estoy, me pongo este nuevo doble álbum de Los Wilburys y me dan ganas de subirme al Cadillac y hacer trompos durante toda la mañana por una rotonda, y matar la tarde recolectando basura en la Metralleta con una yonkilata de Duff en cada mano.

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