domingo, 27 de mayo de 2012

Steve Dublanica - “Confesiones de un camarero”

El martes presentábamos en un lugar muy simpático de La Latina el Annual #01 de DATI. Vino infinite-X más gente de la que esperaba, y además todos, pero todos, estaban muy sonrientes, participativos, alegres, entusiasmados... o eso me pareció a mí. Joder, si es que, ¡vinieron hasta cinco hembras! Me sentí como dando una rueda de prensa en la ComicCon, ahí abajo entre la exposición de los de la Línea Tremenda frente a una mano de simpatiquísimos frikazos sonrosados. Por motivos personales, yo estaba un poco hecho trizas, así que creo que era lo más gris en la sala; pero aún así creo que estuve bien. Cuando me tocó a mí hablar, estuve improvisando a la concurrencia leyendas y curiosidades del mundo del bolsilibro de kiosko español, como por ejemplo que a comienzos de los setenta el pitufín de Ferrol escribía novelitas apócrifas (e inencontrables) de sci-fi con seudónimo (firmó como Francis Frank y como Frank Caudill), igual que Carrero Blanco (alias Flying Carr), que se dedicó al bolsilibro erótico; o que la ETA publicó su propia colección de novelitas de a duro para gudaris, que se distribuían bajo mano en las herrikotabernas. Qué tontada más gorda. Pues nos reímos bastante, no creas. Las anécdotas fueron otras, pero más o menos en ese plan. Llegué un poco antes de la hora prevista, porque, insisto, tuve un día repugnante (también lo fue el siguiente, y el otro, no sé qué habré hecho yo mal para que me lluevan tantas hostias esta semana) y quería irme lo antes posible a mi casa a ver Sexo en NY y ponerme como el tenazas a helado de chocolate; me entretuve dando un paseo por los puestos fijos del rastro, y en una cesta encontré un montón de libros a 2 pavos. Me cogí éste y una historia del heavy español que no creo que lea jamás. Éste es un libro que le publicaron hace un par de años a un bloguero norteamericano, que se desahogaba con bastante gracia en un lugar llamado Waiter Rant y se hizo muy famoso. Recopila algunas de las entradas, y muchas otras historias son inéditas. Es un tochamen bastante majo, que se te cae en la cabeza y te deja imbécil, y sin embargo a mediodía del miércoles ya me lo había despachado. Las reflexiones y aventuras privadas de un misterioso camarero anónimo (al menos, hasta la publicación del libro), leídas por otro camarero anónimo español que ha rajado también lo incalculable en la red sobre su vida privada, me han tenido bien cogido por los machos. Y eso que el tipo no me ha caído demasiado bien. The Waiter es bastante engreído, el hombre, y demasiadas cosas valora que tiene que contar, después de 6 añitos de mierda trabajando en un bistró de una zona elegante de Manhattan... Me cago en dios, no es por presumir (bueno, sí), pero este cobrafantas no hubiera sobrevivido ni veinte minutos en alguno de los sitios donde me he dejado los cuernos yo, en lo más tumefacto de Lavapiés, en la Franja de Gaza de Levante o durante verdaderas guerras civiles en Malasaña, sin tantas lamentaciones, ni tantos aires ni tanto consejos-vendo. Es lo que más rabia me da, que el tipo dé tanto y tanto consejo sobre el mundo de la restauración, del vicio y del lumpen, tras una dilatadísima experiencia de... ¿seis años? Y además entrando de rebote, sin vocación alguna, por enchufe, tras haber abandonado el seminario!; y toda esa seudocarrera, además, tratando de monetizar su blog y obsesionado con que le sacasen este libro. Pues vaya. ¡Nenaza! En ese sentido, estas confesiones son un verdadero oprobio hacia los camareros de verdad, los que podríamos llevar a Gregorio Peces Barba dormidito sobre la bandeja en la mano izquierda, mientras con la derecha preparamos tres muaytais a la vez y de una patada le damos con un lito y matamos a un jodido negro que se iba con el móvil del cliente borracho de la mesa 73. En su favor, hay que decir que escribe bien, que la lectura es ágil y entretenida, y que no se le puede negar el ejercicio de honestidad y retrato exhaustivo de un fenómeno. Yendo a los contenidos, obviamente me he visto reflejado en bastantes cosas y ha sido bastante interesante y cómplice la lectura. Especialmente cuando se mea merecidamente en determinada clientela (es que la gente no tiene ni puta idea de cómo hay que estar en los bares, ni aquí ni en Brooklyn ni en Sebastopol, coño!!). Pero la hostelería en EEUU, el sistema de trabajo, contratación, derechos, etc., no tiene en realidad mucho que ver con España. Una parte bastante importante de la obra, por ejemplo, y un tema omnipresente, son las reflexiones en torno al asunto de las propinas, base del sustento del friegavasos yanqui. Pero aquí la verdad es que es algo que, aunque ayuda y hace ilusión, nos la suda bastante al camarero medio, creo. Yo solo me cabreo si tras una jornada mediocre no me llega para un paquete de Fortuna; y encima ahora no fumo, así que me la repampinflan los porcentajes que maneja el Steve éste y sus elucubraciones sobre los tipos de personas que dejan tal o cual montante. Pero al margen de eso, ha sido imposible que esta lectura no me haya atraído, y también traído numerosos recuerdos. Sobre todo de cuando trabajé en restaurantes. Una temporada, por cierto, la pasé trabajando en un restaurante cuyo jefe de cocina era sordomudo. Me encanta esta anécdota, porque la paz y el silencio que gobernaban esa cocina, repleta de gente de todos los rincones del Cono Sur currando como bestias, no creo yo que exista en ninguna otra cocina del mundo, que suelen ser en hora punta verdaderas orgías de insultos y vejaciones airadas. De este tipo de anécdotas en cocinas también hay montones, y el sitio en el que yo trabajé más tiempo era una puta bendición, con todo el mundo hablándose con señas, tocándose mucho, sonriéndose y amándose, y música clásica de fondo. En fin, que me ha gustado el dietario éste, la colección de anécdotas y profundas reflexiones sobre mi profesión, aunque el autor me parezca un pringao que te cagas.

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