miércoles, 11 de julio de 2012

Twixt (Francis Ford Coppola, 2011)

El comienzo de "Twixt", esperada incursión de todo un papá Coppola en el excitante mundo del suspense, tenía todas las papeletas para hacerme repantingar en en sofá a oscuras y disfrutar como un crío: un narrador sureño y anciano nos sitúa en una aldea de la América Profunda, a la que acaba de llegar un mediocre escritor de best-sellers para presentar su nueva novela y de paso arañar algo de inspiración junto al cliché del lago y la naturaleza. El protagonista reconoce parecerse mucho a Stephen King, y el planteamiento remite a varias de sus novelas y films (sin ir más lejos, una de mis preferidas, la maravillosa "La ventana secreta"). El pueblo tiene todo el atractivo que la historia requiere, e incluso el exotismo bizarro encarnado en un campanario misterioso (aquí, imposible no acordarme de otra de mis películas-fetiche, "Hot fuzz"). El resucitado Val "Sergio Ramos a los 50" Kilmer no es el problema, me gusta, da el pego; el sheriff mola, tiene carisma y encima hace casitas para pájaros en sus ratos libres. No, el problema está en que a partir de unos personajes decentes y una historia manida pero atractiva, Coppola consigue, por difícil que parezca, manufacturar un rollo insostenible, venga a mostrarnos las absurdas pesadillas del Kilmer en blanco y negro y a la preadolescente muerta, que parece que le pusiera cachondo al viejo Francis. Ni los guiños a Poe o a King ni la hermosa fotografía consiguen disimular el flojísimo, descafeinado guión. De un director más joven o arriesgado te puedes esperar un giro o algo de incorrección que te saque del tedio, pero no de un dinosaurio meando fuera de género. Ni siquiera recuerdo, al loro, si terminé de verla.

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